O ABC de Bieto Rubido ao servizo dos Rubido (Leopoldo e Luis )
Fecha Lunes, 24 agosto a las 00:57:30
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LA OPINIÓN DE
Luis Ventoso

EL Simca Mil


CEDEIRA, en lo más alto de las Rías Altas, es uno de los pueblos más bonitos de Galicia. En primer lugar por su enclave, con el océano encajonado entre montes umbríos y acantilados imponentes, con aroma de leyenda. Alguna vez le he escuchado contar a un amigo que cuando se escrituraban las parcelas que miran al Atlántico el notario añadía esta coletilla: «Lindando al Norte con Inglaterra, mar por medio». Si el primer don de Cedeira se lo concedió la naturaleza, el segundo es obra del hombre. Un buen alcalde, con décadas de mayorías absolutas, preservó la villa frente a las embestidas del ladrillo y blindó su playa urbana con un anillo verde (aunque no se le reconoce mucho, porque aquel alcalde conservacionista era del PP y quienes pleiteaban por lucrase levantando unos mamotretos en sus fincas playeras eran biempensantes de la órbita PSOE).

En las pasadas municipales el PP se quedó a un puñado de votos de la mayoría absoluta, así que ahora manda en Cedeira un tripartito de perdedores que une al PSOE con dos partidos nacionalistas. Este fin de semana en la verbena del pueblo actuaron Los Inhumanos, grupo de pop gamberro fundando en Valencia en los ochenta por unos adolescentes cachondos e irreverentes. Los Inhumanos no son precisamente J.S. Bach. Tampoco lo pretenden. Nacieron con el modesto propósito de echarse unas risas con su público. Todos los que amanecíamos de farra en los ochenta hemos bailado alguna vez con sus éxitos algo tontolabas, como «Qué difícil es hacer el amor en un Simca Mil», su gran hito, o aquello de «Me duele la cara de ser tan guapo».

La nostalgia vende y Los Inhumanos siguen marcándose bolos estivales. En la verbena cedeiresa perpetraron el «Simca Mil» e invitaron a las chicas del público a subirse al escenario a bailar. Algunas aceptaron encantadas y músicos y voluntarias ejecutaron entre risas del respetable una chusca coreografía con la que evocaban lo que tan apretadamente se hacía en el escueto Simca. Lógicamente la ópera «Falstaff», una comedia de Lope o un monologo de Lenny Bruce son formas de humor más valiosas que la patochadilla chabacana de Los Inhumanos. Pero una verbena popular no es el paraninfo de la Sorbona. Las personas normales asumen que en las fiestas imperan ciertas licencias, se da manga ancha al «animus iocandi». Sin embargo, el nuevo Gobierno municipal ha armado un alboroto en nombre de lo políticamente correcto a cuenta de Los Inhumanos, contratados por sus predecesores del PP. El tripartito califica el espectáculo de «sexista, humillante para la mujer, machista y retrógrado». Hay que ver lo que cunde una tonada irrelevante, que lleva 20 años escuchándose sin problema. Huelga decir que si el escenario hubiese acogido a unos «drag queen» danzando algo similar envueltos en la sacrosanta bandera arcoiris, a los ediles les habría parecido el súmmum de lo moderno y divertido.

Mientras pierden su tiempo con los insignificantes Inhumanos y sus astracanadas, políticos que se dicen «progresistas» callan ante el acto de censura racista de sus correligionarios de Valencia contra un músico judío. Por ahí se empieza...


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